Grabado de 1876 que recrea el supuesto incendio que habría destruido parte de la Biblioteca de Alejandría en el 47 a.C.

“Estamos en manos de la discrecionalidad de los que deciden.”

Liber Ludens
8 min readJul 16, 2024

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Entrevista a Javier Marichal

Por Diego Arroyo Gil

Publicado en la sección Siete Días, El Nacional, domingo 24 de agosto de 2008.

Librero de la vieja guardia, como se dice, y famoso por su discreción, paciencia y cordialidad con los clientes de Estudios Este (la librería que dirige en La Castellana), Javier Marichal confiesa: “No puedo expresarme sino a título personal, como librero y como ciudadano, no en nombre de ninguna empresa”. Es su manera de exorcizar la pasión que podría poseerlo cuando comienza a hablar de la nueva sombra que pende sobre el mercado editorial venezolano desde el 3 de marzo de 2008.

Fue ese día cuando apareció en la Gaceta Oficial número 38882, un decreto que obliga a las empresas importadoras de libros a solicitar al Ministerio de Industrias Ligeras y Comercio el Certificado de No Producción Nacional o Producción Insuficiente como licencia para poder traer al país cuanto título se tenga en mente. Esto incluye desde los misales del domingo hasta, por decir algo, la novela de Firmin, Sam Savage (Seix Barral), de la cual se han hecho desde su aparición en España en octubre de 2007, al menos 10 ediciones — pero aquí como si aún fuese inédita.

Con todo, asegura Marichal, la resolución del Milco no puede verse como un problema aislado: “Para poder verla así tendríamos que tener un ecosistema editorial sano, lo cual no ocurre y esto no es nuevo. El problema comenzó hace décadas cuando los grandes conglomerados económicos pusieron la vista en el mundo del libro y empezaron a aplicarse políticas perversas: como ejercer presión sobre la industria editorial para que se convirtiera en la caja de resonancia de eso que alguien llamó “los autores con nombre de marca”, es decir, escritores que tienen asegurada una venta masiva. Esto hizo que se dejaran de lado autores, títulos y temas que son fundamentales para el tejido social, cultural y político en general. Claro que ha editoriales independientes que tratan de tener estos títulos en sus catálogos, pero su presencia es muy marginal. Dada esta situación hay políticas públicas que no son beneficiosas. La resolución del Milco no beneficia a las pequeñas editoriales, las que no tienen una presencia continua y sostenida en Venezuela: sólo agrava un problema que ya existía”.

— ¿De qué manera lo hace?

— Reduciendo todavía más la posibilidad de diversidad, de que el libro minoritario, que no despierta un interés masivo, pueda llegar al lector. Estos van desde reediciones de autores venezolanos que se han hecho en el extranjero, hasta de otros escritores. En ningún lugar del mundo (pienso ahora en España) se apoya a la industria nacional dificultando que ingrese lo de fuera. Hay muchas otras maneras de apoyar el desarrollo de la industria tanto de la impresión como la de edición.

— En general, ¿el sector editorial venezolano, público y privado, debe mejorar su estrategia de producción y mercadeo?

— Absolutamente

— ¿Qué apoyos necesitaría recibir del Estado?

— Lo básico es tener claras las reglas jurídicas del juego. Por otro lado, el Estado debe tomar medidas contra la piratería. La democratización del libro pasa, entre otros puntos por su precio. Pero entonces hay voces que se levantan para apoyar la piratería en nombre de la democratización. Avalan que un bien terminado, en el que se ha invertido, en el que se ha trabajado un equipo muy grande, que va desde el autor hasta el que ha hecho la portada, sea fotocopiado una vez que está garantizada su venta, una vez que no se está apostando por que se vaya a vender o no, como si lo hizo el editor original, que se puso en riesgo. Otra cosa: el Estado debe invertir en la formación de lectores de la manera más amplia posible. En Venezuela, en este reino de la cantidad en que vivimos, Monte Ávila logró lanzar una colección cuyos libros se venden a cinco bolívares fuertes, y donde está parte de nuestra mejor literatura. Esa es una forma de poner la lectura al alcance de muchos sectores. Pero para que esos puedan acogerla, tienen que recibir una buena educación. Si ya antes de la llegada del presidente Chávez se veían como insuficientes los seis años de educación básica y los cinco de educación secundaría para la formación de un lector con capacidad de comprensión suficiente para entrar en la universidad, ¿el problema queda solucionado con las misiones que sacan bachilleres en mucho menos tiempo? En fin, el Estado venezolano debe hacer lo que cualquier otro Estado: apostar por una educación sólida, democrática y plural.

— Y en cuanto al mercado del libro ¿cómo podría ayudar?

— Con facilidades que favorezcan la libre circulación de los bienes culturales. La resolución del Milco a todas luces van en contra de esa libertad. El Estado ayudaría con los subsidios y con firmas de convenios con otros países. Desde hace unos años, sobre todo durante este gobierno, se viene hablando con mucha fuerza sbre la necesidad de la integración latinoamericana. Ya no con el librero sino como lector, yo desearía tener la posibilidad de acceder a mucho de lo que se está produciendo en Argentina, por ejemplo, socio comercial muy cercano con Venezuela. Hace un año, cuando se le dedicó la Feria Internacional del Libro de Venezuela, en el Parque del Este, en el stand del país invitado, en los catálogos, que lo único que se podía obtener, podíamos encontrar un número altísimo de editoriales argentinas que están publicando títulos sobre el pensamiento crítico y las ciencias sociales. ¿Por qué estos libros no están presentes en las Librerías del Sur? Hay muchos que incluso son afines al pensamiento político del Gobierno, México y Chile son otros ejemplos.

— ¿Cómo atenta la resolución del Milco contra la libre circulación del libro?

— No hay elementos suficientes para hablar de censura. Pero si no se obtiene la autorización para recibir los dólares de Cadivi, se podría importar gracias a los bonos de deuda pública, lo que se llama el dólar permuta, que es legal. En este momento no existe una diferencia sustancial entre un dólares y otro. Sin embargo, en algún momento puede ocurrir que la diferencia se abra, como antes ¿Qué va a suceder entonces? Que el precio del libro aumentará sustancialmente, y esto cercenará el acceso a muchos venezolanos que no podrá comprarlo. Como he dicho, esta resolución lo que ha hecho es agravar un problema que ya existía antes de Cadivi y del Milco: la desaparición de editoriales completas del mercado venezolano, por la falta de interés de los inversionistas privados de traerlas al país. Poco a poco, van desapareciendo autores porque no tiene rotación. Esto va en perjuicio de la diversidad de la libertad que debería tener cada persona para discutir con las ideas y formarse un criterio propio.

— ¿Cree que el certificado de No Producción Nacional puede impedir que lleguen al país distintas ediciones de un mismo libro?

— Ese es otro de los problemas. Ningún libro sustituye a otro, ninguna edición sustituye a otra. Más allá del hecho fetichista de coleccionar Quijotes, por ejemplo, ciertamente una edición y otra pueden tener variantes, estudios, nuevas lecturas que se han hecho y aunque uno sigue leyendo a Cervantes y se mantiene atento a la misma historia, las interpretaciones, las visiones, los hallazgos, hacen válida la posibilidad de tener varias ediciones del mismo libro. Esto para no hablar de las traducciones. Un buen lector conoce no una sino varias traducciones de un mismo poeta. Eso es enriquecedor. Que esta resolución pueda cercenar esta posibilidad, es una hipótesis. Porque cuando no se tiene claridad sobre cuáles son los parámetros legales estamos en manos de la discrecionalidad de los que deciden.

Las librerías

— ¿Estaría de acuerdo con que las librerías estén controladas, para que no se abuse con el costo de los libros?

— El precio único ha sido beneficioso en países como España y México. Se ha aplicado sobre todo, pensando en las pequeñas librerías, que no pueden competir con las grandes cadenas editoriales de los editores y distribuidores. Ahora, en una situación como la que vivimos en Venezuela, donde los controles de precio han causado distorsiones dentro de la economía, especialmente por el mantenimiento durante mucho tiempo de un monto para adquirir algún producto, la medida sería peligrosa. En esto podría ayudar, más bien, las cadenas editoriales a las que me refiero. Deberían conocer no sólo los bienes de los que son propietarios, sino también el mercado al que prestan servicio. Ello ayudaría a que editoriales esenciales como Seix Barral, Crítica y Paidós, por citar tres casos, tuvieran una presencia mucho más sana en el país. Si los libros de estos sellos llegaran a través de estos grandes grupos y no de los importadores particulares, con toda seguridad los precios sería mucho menores.

— ¿Desde cuando su librería no recibe libros?

— Los libros han seguido llegando, sobre todo los que quedan en los almacenes de los importadores y los producidos en el país. Pero el servicio de encargo está prácticamente cerrado: la última remesa que llegó desde España a esta librería fue la que ordenamos en noviembre de 2007. Antes un libro que encargábamos para algún cliente se tardaba alrededor de dos meses. Ahora pueden llegar hasta seis y ocho meses después. No hablemos de la lectura que se hace como ocio, pensemos en los investigadores y académicos: ese es un tiempo insostenible para ellos.

Fotografía de Nelson Castro
Fotografía de Nelson Castro

El ejercicio de recordar comprende acumular un conjunto de testimonios que permiten establecer algunos contrastes con el presente. El papel se conserva con el tiempo, se acidifica, las ideas se tornan amarillentas y a veces, lo que nos parecía impensable, es cubierto por la sospecha de los hongos, la tiranía de las termitas, en suma: la indiferencia que garantiza amnesias voluntarias. Pero ¿Cuántos tenemos acceso real a estos documentos? ¿Qué intereses o fines hay en rescatar estos temas que al parecer ya no tienen nada que ver con nosotros? Este testimonio, viéndolo en las condiciones actuales, me ha resultado desgarrador. Ya no se trata de una falta o ausencia de novedades, sino de la existencia de lugares para acceder a ellas. Vivimos en un país donde las librerías fueron dejadas a su suerte, fueron desapareciendo, una por una, como los viejos que mueren lentamente y con discreción en un centro geriátrico. Se aspira que se retomen los espacios lúdicos para la lectura, pero la empresa también implica la existencia de ciudadanos capaces de recordar, pues sin referencias no es viable construir nada. Se requiere de una mínima lucidez para afrontar el doloroso desafío de recordar. Parte de rescatar esta entrevista se enmarca en un proyecto personal de averiguar qué ha pasado durante estos momentos tan ambiguos en los que apenas estaba cursando mi bachillerato, calcinándome en una burbuja escolar, preparándome para hacerme un modesto e irrelevante profesional, ignorando el país que me tocaría padecer, con sus incongruencias y exilios, uno que se me vino encima por estas pequeñas atrocidades. Me parece importante tomar las virtudes de los espacios digitales para reconstruir una versión de la memoria, de un país que dejó de existir en nosotros hace tiempo, pero que se conserva en las pequeñas gavetas, en algún archivo abandonado que acumula el hermoso polvo del olvido.

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